viernes, 4 de septiembre de 2015

El corazón de las tinieblas: Civilización o barbarie.

En una entrada anterior de nuestra tertulia me refería a aquella colección prologada por Borges con libros sorprendentes, casi olvidados o situados al margen de las obras más conocidas o divulgadas. La colección se abría con una incontestable obra maestra, El corazón de las tinieblas, aunque es bastante probable que de no ser por el éxito de Apocalipsis now, en la que Coppola adapta el relato de Conrad con notable fidelidad, la trascendencia que ha llegado a adquirir fuera considerablemente menor. No fue casualidad la elección de Borges, el descenso a los infiernos del capitán Marlow constituye una de las narraciones más complejas en lengua inglesa y la extraordinaria película de Coppola no hizo sino darle una difusión que merecía con creces.
Leí por primera vez El corazón de las tinieblas hace ya bastante años y he de confesar que me perdí en la compleja elaboración que diseña Conrad. Es una circunstancia que suele ocurrir cuando esperas una lectura sencilla y te encuentras con un relato denso, alejado de la novela de aventuras ágil y sin complicaciones que, por extrañas razones, siempre he tenido en la cabeza que era a lo que se dedicaba Conrad. Para empezar, la estructura exige cierta atención por parte del lector, hay dos narradores que a veces se superponen y los diferentes tiempos y escenarios van creando una imagen nebulosa e irreal en la que prima la confusión y la pesadilla. La historia casi se disuelve en un plano irracional, muy ambiguo, que nos introduce en ese horror metafísico que parece haber alcanzado Kurtz. 
El inicio prepara, a través de un paralelismo, lo que constituye uno de los argumentos de fondo que expresa Conrad. Nos sitúa en Londres, en medio de la conversación de unos hombres de mar que esperan la bajada de la marea para partir. Entre ellos sobresale el personaje de Marlow, que narrará una historia con la que pretende aligerar la espera. El paralelismo del que hablo se refiere al inicio de esa historia, la primera expedición de un grupo de romanos en tierras de la antigua Britania, “uno de los lugares oscuros de la tierra”. Marlow presenta el Londres prerromano  como un espacio salvaje con el que se encontrarían los conquistadores “civilizados”, algo así como lo que estaba ocurriendo en tierras africanas con los colonizadores europeos. Este paralelismo ya nos sugiere la dualidad civilización-barbarie que se constituye en elemento clave del relato. Sin embargo, la primera lectura es una crítica radical contra el imperialismo, con abundancia de citas que denuncian el genocidio, que muestran la barbarie de la colonización y desmienten, a veces con ironía y otras sin ambages, la presunta labor civilizadora del hombre blanco. Como digo, las referencias son abundantes: la “noble causa”, “elevados y justos procedimientos”, “la conquista como ocupación de tierras de quienes tienen un color de tez distinto”. Recuerda, estoy convencido de que Conrad conocía estas palabras, el discurso de Leopoldo II de Bélgica en vísperas de la anexión del Congo: “Llevar la civilización al único lugar de la tierra  donde todavía no ha llegado, disipar las tinieblas que envuelven todavía a poblaciones enteras: es es -me atrevo a decirlo- una cruzada digna de este siglo de progreso”. Una cruzada civilizadora que se convertirá en la práctica en una guerra de exterminio
La evidente denuncia sorprende a poco que se conozca la biografía de Conrad, un conservador ajeno a cualquier veleidad revolucionaria y un admirador del imperio británico, seguramente por considerarlo el garante del orden internacional civilizado. Esta circunstancia podría desmentir que el relato conradiano sea un alegato contra el imperialismo en sentido estricto, lo cierto es que el viaje que emprendió por el Congo y la amistad con Roger Casement cambió muchos de sus puntos de vista. Si no se convirtió en un decidido activista anticolonial queda claro que era consciente del genocidio cometido en el Congo y de la inconsistencia del argumentario  colonialista que justificaba la rapiña disfrazada de civilización: “La colonización del Congo es la más vil rapiña que jamás haya desfigurado la historia de la conciencia humana y la exploración geográfica”. Si no me atrevo a declarar que la obra trasciende la mera indignación moral ante las atrocidades conocidas para convertirse en la reprobación general contra el horror de la colonización europea, es por la despersonalización de los indígenas que se aprecia en el relato -cuestión que sirvió de argumento a algún crítico para tachar a la obra de racista- y por la contraposición entre espacios de progreso y barbarie. Aunque la indignación se refiera al Congo, donde el rey Leopoldo creó un auténtico reino del horror, leer hoy El corazón de las tinieblas es un ejercicio necesario para descubrir los verdaderos fundamentos de las sociedades occidentales, definidas como liberales y humanitarias pero alzadas sobre el dolor y la explotación.
La lectura anticolonial existe y puede entenderse el libro como una forma de protesta moral que Conrad se vio en la necesidad de hacer, pero el hecho histórico acaba siendo superado por una lectura aún más profunda vinculada a nuestra irracionalidad esencial, la corrupción o la caída del ser humano que se produce en cuanto se cuartea la leve capa que ha dejado en nosotros el progreso y la civilización. Borges dice en el prólogo que el corazón de las tinieblas constituye un infierno todavía más terrible que el peor de los círculos dantescos. Allí nos encontramos al ángel caído para completar la imagen dantesca, que se ha dejado arrastrar por el instinto, por la tendencia al salvajismo al que parece conducir la selva y que ha situado a quien fue un irreprochable militar fuera de la razón. Aclaremos que Conrad no es tan unívoco en sus conclusiones, no es solo el entorno primitivo lo que explica la barbarie de Kurtz, “toda Europa contribuyó a hacer a Kurtz”. La condición deshumanizada no se obvia pero esos límites llega un momento en el que parecen identificarse con el estado de máxima libertad, sin ningún tipo de obstáculo o inconveniente que impida la plena expresión de lo que Nietzsche llamaría los “instintos de vida”. Solo en esas condiciones se llega al conocimiento último, al horror de las verdades más profundas. Pero también es el estado que desborda a la razón, lo incomprensible e inexpresable, aquello que atenta contra lo humano, despersonaliza a sus víctimas y les niega la identidad. 
Es difícil saber exactamente lo que pretendía representar Conrad, tal vez la descarnada barbarie de Kurtz no es sino el lado oscuro y mucho más real del saqueo brutal que los europeos llevan a cabo con los pueblos del Tercer Mundo. Circunstancia que a pesar de su evidencia, siempre conseguimos mantener fuera de los límites de nuestra conciencia. Tampoco es injustificado ver en Kurtz, como sugería antes, una representación del superhombre nietzscheano, el individuo superior, idolatrado por los indígenas, que ha creado su propia moral más allá de la impuesta por una sociedad corrupta que asesina los instintos. El sufrimiento de Kurtz, que le lleva a la muerte, no es sino el vértigo de lo desconocido, de una libertad que no estaba preparado para afrontar.
Al final del relato, que tiene algo de iniciático para el personaje que cuenta su historia en el estuario del Támesis, la personalidad del protagonista ha cambiado. Tras su experiencia africana ha aprendido mucho más de lo que sabía sobre Europa, sus ciudadanos y sobre el ser humano en general. El resultado es un Marlow que ha perdido la inocencia, que ya no cree en sus congéneres y cuya visión se ha hecho mucho más crítica, aunque no llegará a dar el paso terrible que sí afronta Kurtz, Marlow reconoce que nunca podrá alcanzar la lucidez de Kurtz: “La esencia de este mundo yacía bastante por debajo de la superficie, más allá de mi alcance, y más allá de mi poder de intromisión”. El profundo pesimismo que refleja Marlow anticipa el escepticismo y desesperanza de la Europa que vivió las experiencias de Auschwitz e Hiroshima, la conciencia de que el progreso técnico no ha supuesto el mejoramiento moral del hombre sino más bien una auténtica caída. El horror no es lo que se encontró en la selva africana, el corazón de las tinieblas se encuentra en el propio mundo civilizado.

2 comentarios:

  1. No he hecho demasiadas referencias a la película de Coppola, me gustaría destacar un elemento que Apocalipsis now refleja a la perfección y que Conrad indicaba sutilmente en la novela. Lo desconocido, en este caso la jungla, el espacio en el que se dirime el conflicto esencial entre barbarie y civlización, acaba perturbando al hombre civilizado de tal forma que provoca una especie de locura colectiva. Los compañeros del capitán Willard están en un estado de nervisionismo permanente, la división de caballería-helicópteros representa un extraño tipo de alienación y deshumanización, los puestos fronterizos son lugares de supervivencia en los que nadie tiene un comportamiento lógico. Todo corresponde al escenario de pesadilla que también diseña Conrad.

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  2. Y ya que hemos empezado a comentar películas en las que la influencia de El corazón de las tinieblas es evidente quisiera nombrar también Deliverance, llamada en España "Defensa", de John Boorman. No hay ningún tipo de referencia en la película a la novela de Conrad pero la vinculación con el tema civilización-salvajismo no es difícil de establecer. Los urbanitas que se introducen en un territorio inhóspito, a punto de ser anegado por una presa, vivirán una terrible aventura en la que van a perder los mecanismos de convivencia propios de una sociedad civilizada. El instinto de supervivencia, la quiebra de la ley -que parece haber perdido todo su sentido- y la naturaleza con la que se entra en combate, marcarán a los cuatro protagonistas, a los que sobreviven a una aventura para la que no estaban preparados.

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