viernes, 9 de octubre de 2015

El paraíso perdido: Simpatía por el diablo.

Admito la posibilidad de que Defoe escribiera su “Historia del diablo” para quedarse con el personal, la ironía de la que suele hacer gala justificaría esta tesis. Pero también es posible que creyera que el diablo está muy presente entre nosotros y que, incluso, dirige el mundo desde las salas Vaticanas. Con el diablo hay que andarse con ojo y, como cantaba irónicamente Mick Jagger, conviene evitar que nos desconcierte la “naturaleza de su juego”. Por eso Defoe detestaba “El paraíso perdido”, o mejor, reconocía la altura literaria del poema pero pensaba que los errores en los que incurre Milton son tantos que puso en ridículo la religión y anulado, de hecho, la veracidad de los textos sagrados.
A Milton le escandalizaría la acusación de Defoe y, de haber estado vivo, hubiera iniciado un provechoso debate sobre el diablo del que todos nos habríamos beneficiado para prevenir futuros males. Tal vez la idea de Milton, al menos la idea consciente, era mostrar que el pecado se plasma en la desobediencia de los preceptos divinos, lo que implica un justo castigo. Lo cierto es que esta intencionalidad nos acaba pareciendo muy poco sincera ante la inquietante simpatía que despierta la trágica figura del Maligno; su asalto a los cielos, que puede suscitar horror entre mentalidades sumisas y poco dadas a la rebelión contra el poder omnímodo de dioses, reyes o tribunos, es en el fondo la rebeldía de un hombre que quiere ser libre. Así debió entenderlo el poeta Percy Bysshe Shelley, que veía el diablo de Milton como un ser moral muy superior a Dios. O el gran poeta y pintor William Blake, cuyo espíritu jacobino compartía la idea de rebelión contra el Dios tiránico del Antiguo Testamento; Blake pintó una serie de ilustraciones extraordinarias para “El paraíso perdido”, en ellas Satán es un admirable espíritu rebelde que guía a los hombres a derribar los templos y a desdeñar los terrores impuestos por la religión establecida. Aunque no lo supiera, dice Blake, Milton estaba de parte del diablo.
Que el diablo pueda ser interpretado de una manera tan subversiva es un aliciente para afrontar el poema de Milton aunque, hay que reconocerlo, suena como a antigualla poco soportable. Es verdad, la primera lectura asusta, te encuentras con una obra farragosa, de lenguaje rebuscado y de la que supones que solo captarás la elegancia de sus versos en la versión inglesa. Por eso he de agradecer al espléndido trabajo de ilustración y sintesis realizado por Pablo Auladell que me indujera a leer a Milton superando los primeros prejuicios. Auladell traduce en imágenes el particular universo del poema, sin apenas texto pero cuidando cada imagen para que proporcione la mayor información posible. El infierno es tenebroso, un caos amenazador alejado de las terribles descripciones dantescas. El cielo sugiere una fría proporción y armonía, con ángeles guerreros que se encargan de imponer la tiránica voluntad divina frente a los rebeldes. El efecto es tan poderoso que resulta inevitable que queramos la victoria de aquellos que prefieren ser libres en el infierno antes que serviles en el cielo. Tras las sugerencias de Auladell no quedaba sino leer a Milton y, para ser sincero, al final resulta que no es el tocho insoportable que ninguneaba T.S. Elliot, es un poema sorprendente, una aventura épica sobre el origen del mal que nos presenta a Satán como un personaje complejo y profundo, mucho más próximo que el Dios distante y cruel que ejerce como creador para luego castigar con pobres excusas.
“El paraíso perdido”, ambiguo y contradictorio a veces, plantea un proyecto muy ambicioso que rivaliza con los mismos libros sagrados. En el prólogo declara el autor que se propone justificar los caminos del señor ante los hombres, se trataría pues de explicar el origen del mal en el mundo. Pronto comprobamos que ese objetivo teológico fracasa, de manera buscada, o no, subyace el compromiso político de Milton y no puede evitar que Dios le recuerde la despótica monarquía absoluta que ayudó a derribar. El diablo sería una especie de trasunto de Cromwell, el héroe de las libertades frente a la tiranía que, en el fondo, era tan contradictorio como el propio Milton. 
Hay un peligro evidente en hacer protagonista al diablo y tratar de explicar sus razones, acabas simpatizando, aunque sea un poco, con él. En todo caso creo que no es solo un error de cálculo, hay un programa político que emerge a cada momento de entre las rendijas de la misión teológica y que ni siquiera pierde fuerza con el ridículo destino que  se reserva a Satán. No se trata de la salvación en Jesucristo y un fin bienaventurado en el más allá, es el sueño de redención de amplias capas de la población inglesa que tuvo su punto álgido durante el gobierno de Cromwell, es el proyecto de regeneración nacional que asume Milton y que plasma en una obra que combina el plano religioso, político y literario.
El diablo de Milton emprende la acción más terrible y execrable que nosotros, siervos de Dios, podamos imaginar: intenta un golpe de Estado celestial que anule el poder divino sobre el resto de criaturas. Y la rebelión la hace en nombre de la libertad y la igualdad, exponiendo, para nuestra sorpresa e inquietud, que nadie debe vivir de rodillas ante Dios. En realidad, Milton está anunciando el mito faústico y la esencia del hombre occidental, es el afán de conocimiento y la ambición sin límites para alcanzar las fronteras de la condición humana. Cuando Fausto se aventura por paisajes desconocidos e intenta transformar su condición está negándose a aceptar la prohibición sagrada de no ser como dioses. Es la misma exigencia de Satán en “El paraíso perdido” ¿Por qué doblegarse ante poderes superiores si nada hay más infame que el ejército de esclavos que sirve al Creador?


2 comentarios:

  1. Entre las muchas interpretaciones que se pueden hacer de Milton, que seguramente en nada estaría de acuerdo con lo que digo, he elegido la que me parece más coincidente con otras lecturas que aquí se han hecho. Por razones de coherencia -que la realidad no te estropee una buena tesis- he renunciado a comentar la evidente misoginia del poema, que nuestro contertulio Javier Bataller apuntaba hace tiempo con acierto. Por no hablar de que mi entusiasmo ante el diablo apenas oculta que la lectura del poema épico se le atragantaría a muchos. Avisados quedan.

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  2. Coincido con Juan en el retrato heroico que pinta Milton de Satán. Sin entrar en las posibles implicaciones políticas de la obra o de su simbolismo debo decir que todavía recuerdo después de veinte la escena del viaje de Satán del infierno a la Tierra como uno de los pasajes más épicos que haya leído nunca. Lo de la misoginia también es cierto...

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