viernes, 6 de noviembre de 2015

Mía es la venganza, Torberg.

Dice la Biblia en Romanos 12:19:

 “… nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: mía es la venganza, Yo pagaré”


San Pablo recuerda a sus prosélitos la frase del colérico e implacable Dios de los judíos recogida en el Deuteronomio. El de Tarso ya estaba trabajándose la lealtad de la ciudadanía cristiana a las autoridades civiles, bien sabía el converso que era conveniente dejar para el juicio divino los agravios que pudieran suscitar rebeldías terrenas peligrosas para el orden establecido. La frase es relevante para ponerse a bien con las autoridades imperiales, pero son los judíos quienes captan su auténtico sentido: Dios asegura al pueblo elegido que sus enemigos no quedarán sin castigo, lo que en cierto modo condena a los fieles cumplidores de la ley a una peligrosa pasividad ante el ataque de sus enemigos. Este inquietante precepto sirve a Torberg, magnífico escritor checo de lengua alemana, para reflexionar en “Mía es la venganza” sobre las causas de la lamentable inacción de las víctimas ante la violencia nazi y sobre el complejo de culpa, algo consustancial a cualquier escritor de origen judío.

De todas formas no se preocupen, no estamos ante el típico relato de horrores nazis al uso, es un texto breve, con un extraño componente kafkiano que recuerda y mucho el ambiente que se respira en “La colonia penitenciaria”. Hay un punto entre onírico y simbólico en el dilema que propone el comandante nazi a sus prisioneros. El sadismo del juego nos remite a imágenes que ya forman parte de la galería de horrores del siglo XX, pero también evoca la lógica irreal que nos lleva a Kafka.
Se trata del testimonio de un hombre que acaba de escapar de un campo de concentración, es algo así como una confesión ante un desconocido que se interesa por las terribles circunstancias que ha vivido el narrador. Está esperando la llegada de unos amigos que nunca se presentarán, judíos que habían sido recluidos en el campo de concentración de Heidenburg y de los que solo parece haber sobrevivido ese hombre extraño que vaga por el embarcadero. Conoceremos la historia de ochenta judíos hacinados en un barracón que tuvieron la osadía de pedir más espacio al comandante del campo. Ante la sorpresa de todos y la inquietud del lector, les promete que tendrán lo que piden. El comandante ha ideado un sistema para ir exterminando a quienes se han atrevido a protestar, suponemos que trata de demostrar la cobardía y la incapacidad de los judíos para tomar una decisión. La cuestión es simple, un dilema que ha de resolver la víctima, o morir ejecutando al verdugo o resignarse dejando a Dios la venganza.
A Torberg le interesaba una cuestión que ha obsesionado a los más combativos del Estado de Israel durante mucho tiempo ¿Por qué no fueron capaces apenas de resistirse los judíos que eran llevados como animales al matadero, a qué se debió esa pasividad humillante que deja en manos de Dios la venganza de sus padecimientos? El breve relato de Torberg, uno de los primeros que reflexiona sobre las víctimas de los Lager, se configura como una metáfora sobre el destino del pueblo judío y de las persecuciones sufridas a lo largo de su historia. Es justo plantearse si abandonar la responsabilidad de la lucha cumple con el mandato divino o contribuyó a la desgracia de los judíos. Quizá la sumisión solo fue en realidad miedo y cobardía, la causa por la que Dios abandonó a su pueblo sin ejercer ya su venganza.
Si ustedes conocen, aunque sea de manera aproximada, lo que ha venido ocurriendo en Oriente Medio desde la segunda mitad del siglo XX, habrán comprobado que el Estado de Israel aprendió bastante de esta supuesta pasividad y ya hace tiempo decidieron que las víctimas, mejor que sean otros. Digamos que el nuevo Estado judío, dadas las circunstancias, consideró que debía liberar a Yahvé de parte de sus obligaciones y que, si antes no pudieron defenderse, no les volverán a pillar por sorpresa porque serán ellos los que golpeen primero. El judío doliente que va al matadero en el campo de concentración ha sido sustituido por otro, militarizado, fuerte, despiadado con sus enemigos. 
Ignoro si Torberg, que fue uno de los eminentes escritores judíos que pudo escapar de la persecución nazi, hubiera hecho honor a su fama de independiente e inconformista criticando los actuales desmanes del gobierno israelí contra los palestinos. Tengo mis dudas, me quedo con lo que dice el extranjero que vaga por el puerto de Nueva Jersey interpretando de una manera menos ominosa el precepto divino. No pienso en las justificaciones de la razón de Estado israelí, hay algo más universal y provechoso. Como el doliente personaje que asumió su responsabilidad, creo que mientras cada uno de nosotros esperemos librarnos de un destino fatal pensando que le tocará a otro, estamos condenados a la sumisión eterna. Es necesario recordar lo que fue aquel tiempo de inmundicia, pero no solo para evitar que se repita la barbarie, también porque más allá del debate entre justicia divina y humana, se dilucida para nosotros una decisión fundamental en tiempos difíciles: O la sumisión o la rebeldía.

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