jueves, 24 de diciembre de 2015

Almas muertas, de Nikolai Gogol: Realismo y artificio.

"¡Qué triste es nuestra amada Rusia!". Pushkin

Gogol no fue capaz de acabar la segunda parte de “Almas muertas”, se lo propuso casi espantado por la desoladora imagen que estaba dando de su país. Pero solo se sentía cómodo en la crítica despiadada y, si cayó en el arrepentimiento piadoso de la segunda parte, fue por la necesidad de encontrar un camino de salvación para aquellos a los que había mostrado en toda su cruda y lamentable realidad. Es una peculiar contradicción que me recuerda un poco el planteamiento de Pascal en sus “Pensamientos”. También muestra la absoluta indigencia del ser humano, aunque de la conciencia de nuestra miseria esencial surge en Pascal la búsqueda de Dios y el acercamiento al sentido de la existencia.
Tal vez la comparación sea un poco forzada. Me remito a Tolstoi, que debió ver cierta relación puesto que afirmaba haber llegado a entender a Pascal gracias a Gogol. Tolstoi, de todas formas, va por otro camino que se acerca más a un intenso sentimiento religioso. Por mi parte, creo que en ambos escritores acaba teniendo mucha más fuerza la labor de demolición que ese intento final por frenar la corrupción y rehabilitar a aquellos que han sido reducidos a la penuria existencial. Ni la famosa apuesta de Pascal resuelve nuestra desolación ni el pietismo y arrepentimiento de Gogol le sirvió para regenerar una sociedad poblada de almas muertas. 
La lectura más evidente es la que incide en el contenido social de la novela y hace de Gogol uno de los principales representantes del realismo ruso. El argumento, con toques picarescos y estructurado en torno a episodios que nos van presentando diferentes tipos sociales, sirve a la perfección a este propósito crítico: Chichikov, una especie de medrador profesional, llega a una provincia perdida del imperio con la pretensión de negociar con los notables del lugar. Su intención no es comprar terrenos sino siervos fallecidos después del último empadronamiento -almas muertas- que siguen inscritos en el registro. La razón de esta sorprendente transacción es estafar al Estado, la idea es conseguir las tierras ofrecidas gratis a quien demostrara tener siervos para trabajarlas. La propuesta de Chichikov es tan rentable que nadie rehúsa, hasta que una anciana desconfiada le pone tantos problemas que se verá obligado a huir.  Pero en el transcurso, y con cada visita a un propietario, el autor ha puesto en escena individuos a cual más miserable y ruin. Son hombres sin dignidad, sin moral, elementos pasivos de una sociedad dañada.
Gogol describe un país en el que se ha impuesto el vicio y la corrupción, que solo parece admitir comportamientos canallescos. El resultado es tan subversivo que al morir el autor se impidió la publicación de sus obras completas, de tal modo peligroso se había convertido para la autocracia un escritor que en vida nunca cuestionó el orden zarista. Sus intenciones quedaban muy lejos de cualquier solución revolucionaria y no solo por su natural conservadurismo, Gogol es un pesimista que ante la imposibilidad de perfeccionar una sociedad podrida considera que “hay que mostrar toda la profundidad de su verdadera abominación”. No es esta la interpretación de Kropotkin, uno de los principales teóricos del anarquismo que también escribió un interesante tratado sobre la literatura rusa. Para el gran defensor del Apoyo Mutuo, la obra de Gogol tiene evidentes intenciones reformistas: “Almas muertas” sería una formidable acta de acusación contra la servidumbre mediante la descripción realista del ignominioso trato al que eran sometidos los siervos. Representando con fidelidad una situación injusta, el autor mostraba a los escritores que le siguieron que el realismo podía ser puesto al servicio del cambio social.
Con “El capote” y “Almas muertas” Gogol se situaba en el inicio del realismo crítico, pero esta interpretación que ha sido tradicional entre los analistas rusos no acaba de ser del todo convincente. El humor satírico que impregna las dos obras no salva a nadie y no parece una defensa de los desfavorecidos o un intento por concienciar sobre la posibilidad de una mejora social. Esto abre la tesis del artificio literario sin intenciones reformistas tal y como defiende Nabokov en su “Curso de literatura rusa”. No habría intenciones moralizantes, “Almas muertas” sería una fantasía infernal que reivindica la obra de arte como creación radicalmente autónoma. La obra de Gogol, dice Nabokov, es un puro ejercicio literario, pura ficción.
Seguramente las dos interpretaciones están justificadas por la misma personalidad contradictoria de Gogol, que se sentía inclinado a dar una visión idealista y elevada de la gran patria rusa pero, al ponerse a escribir, solo le salía un mundo poblado de mezquinos, aprovechados y arribistas. Y, la verdad, por mucho que molestara a bienpensantes y censores, Gogol fue honesto cuando perfilaba una sociedad enferma en la que se había impuesto la alienación y la docilidad. Por cierto, curiosamente son las mismas características de la época que nos ha tocado vivir, aunque no vengan provocadas por una autocracia sino por la triunfante uniformización de un mundo globalizado. 


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