miércoles, 20 de julio de 2016

“Pensées": La apuesta de Pascal.

Me pregunto si es cierta la presunta desconfianza en la razón que manifiesta Pascal. Habla de las razones del corazón, pero también defiende que la auténtica grandeza del hombre es su no renuncia a la búsqueda razonada de la verdad, aún sabiendo que ahí reside también nuestra miseria, en que nunca lograremos alcanzarla. Claro que Pascal no quiso dar el último paso, el definitivo y el que muestra el auténtico temple del hombre que ha sido capaz de mirar dentro de sí y reconocer su miseria: La verdad no existe, como no existe Dios ni nadie que nos pueda dar consuelo. Quién es capaz de asumir esto podrá seguir viviendo con una sonrisa irónica en el rostro. Pero a Pascal no le gustaba la conclusión a la que le llevaba irrevocablemente su pensamiento y se dio cuenta de que la única solución para alcanzar a Dios era renunciar a uno mismo. Tal vez fue su tragedia personal.
Lo que más me admira de Pascal es su extraordinaria lucidez al analizar la existencia humana. En realidad busca generar humildad en el reconocimiento de nuestra propia miseria y probablemente quiere prepararnos para el definitivo acercamiento a Dios. Sin embargo ha provocado vértigo, ha mostrado el abismo y nos ha abierto a la duda. Nuestra existencia es trágica y habitamos un mundo sin sentido o al que no se lo hemos encontrado, es lo mismo. Buscamos, pero todo lo que podemos encontrar son más indicios de nuestra propia condición absurda que nos aboca a una dicotomía insalvable: La desesperación o Dios.
El argumento de la apuesta es uno de los aspectos más controvertidos del pensamiento de Pascal. Establecida la indemostrabilidad de Dios por medio de la razón solo nos queda apostar, aún asumiendo que Pascal probablemente considerara la apuesta un argumento de refuerzo para aquellos que ya estaban prácticamente convencidos. Y sin embargo, ¿Por qué no pensar que todo es un juego? ¿Por qué Dios no podría ser ese personaje caprichoso que, hablando con el diablo como dos camaradas, apuesta alegremente sobre la bondad de una criatura como Job, ignorante de las múltiples desgracias que se le vienen encima? No creo que el Dios de la Biblia se enfade por ese ejercicio de cinismo que es la apuesta, es una muestra de habilidad descubrir que en el fondo nada tenemos que perder. Ya vivimos en el infierno.
La dicotomía entre el corazón y el cerebro parece aquella vieja disputa entre románticos e ilustrados. Como yo sigo pensando que el proyecto de la razón ilustrada está por completar seguiré aquello que dijo Bayle, la razón más que un instrumento de construcción es un instrumento de destrucción. Y me temo que para el progreso del conocimiento todavía hace falta desvelar muchas de las falsedades que la tradición, fundamentalmente la religiosa, estableció como ciertas. Decía Freud en “El porvenir de una ilusión” que en los inicios de la humanidad, para protegernos del peligro al que estamos expuestos a causa de la naturaleza, la “humanizamos”, intentamos darle las características de un hombre violento contra el que puede protegerse y al que puede convencer halagándole. Es un pensamiento que pertenece a nuestra edad infantil, el niño que teme al padre pero también se da cuenta que es este quien le protege ¿No ha llegado ya el momento de proclamar “el final de la ilusión”?
Pascal cree que la forma de hallar a Dios, de encontrar un posible fundamento de verdad, es con el corazón, el único capaz de descubrir razones a las que no puede alcanzar nuestra razón. Los intentos de la escolástica, las irrefutables pruebas razonadas de Santo Tomás demostrando la existencia de Dios, son absolutamente inútiles. Nuestra lógica es incapaz de acceder a lo incomprensible porque creer en Dios no es pensar a Dios sino sentirlo. A mi esto, la verdad, me sirve de poco, me quedo con el Pascal trágico, el Pascal que descubre la experiencia radical de su finitud, de sus límites, de la muerte. Lucien Goldman, en un libro fundamental, “El hombre y lo absoluto”, sitúa a Pascal en la emergencia de la concepción moderna de lo trágico, la experiencia de un principio fundador que nunca se va a manifestar pero que hemos de seguir. Hay un rechazo del mundo como tal pero en ningún caso niega la posibilidad de mejorarlo, de comprometernos en el trabajo de realización ética de la verdad a imagen de lo que debería ser. Ese compromiso es el que descubrirán los existencialistas, salir de la propia conciencia para dirigirse hacia el mundo. Y transformarlo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario